Hace unos días os comentábamos el origen de uno de los faros más emblemáticos de la costa gallega, la Torre de Hércules. Escribimos, asimismo, que este faro suponía una referencia para los barcos que navegaban hacia las islas británicas. Actualmente, con los sistemas de navegación altamente desarrollados resulta casi imposible imaginar cómo viajaban los antiguos navegantes en medio del océano.
La referencia era la estrella polar, aquélla en la que no se observa movimiento desde la tierra y a los ojos humanos es la única que no se mueve (aunque recordemos que somos nosotros los que realmente nos movemos). Era esa estrella a través de la cual se guiaban los antiguos marineros, que con esa referencia y con el cálculo de un ángulo en base a la posición del barco, se obtenía la latitud de la ubicación. En caso de que los barcos se encontraran en el hemisferio sur, en lugar de ser la estrella polar, es aquella llamada Cruz del Sur.
Pero no solo el cielo y la posición de las estrellas eran fundamentales para la orientación de los antiguos marineros, sino que en condiciones favorables – es decir, exceptuando tormentas, oleajes, vientos fuertes- se tomaban en consideración otros factores. El cambio en el color de las aguas, diferentes pautas de oleaje, formaciones de diferentes tipos de nube, observación de las especies de peces en cada momento, así como los pájaros que sobrevolaban la zona constituían otras referencias que los marineros usaban para ubicarse.
Además, aunque la tecnología que existe actualmente ni se imaginaba, contaban con instrumentos sofisticados que tomaban, por ejemplo, la referencia de la luz solar para averiguar la longitud, como es el reloj con la hora de Greenwich.
Para ejercer “el arte de navegar”, además, se popularizó a principios del siglo XV la utilización de otros instrumentos: la brújula, la tarjeta náutica, el reloj de arena, la Toleta de Marteloio (una tabla numérica en la que se podía comprobar, tras unos cálculos, a qué distancia equivalía) y algunos más.
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